Fue un poder bendecido a Tártaro desde que era niño.
Pero más tarde cuando se entera del castigo que le iban a poner los Dioses a Anya y, sabiendo la maldición de esta tenía por parte de Temis, le cede la Llave Absoluta para que pueda escapar.
Entregar aquella llave era firmar su destrucción, sabía que se debilitaría cuando se la diera, pero aún así lo hizo para compensar su ausencia durante la mayor parte de su vida.
Cuando le dio la llave a Anya, le dijo que muchos seres desearían su posesión, y que estarían dispuestos a matarla por esa llave. Sin embargo, aquel que la matara para conseguir la llave, perdería el poder por los siglos de los siglos.
Para que el dueño de la llave conservara su fuerza, la llave debía de otorgársele por voluntad de quien se la daba. La llave esta viva y forma parte de su poseedor, y absorbía partes de su alma que serían transferidas a quien la recibiera. Por eso, Tártaro le había dicho a Anya que nunca debía dar aquella llave. Era su regalo, la prueba de su amor.
Cronos cuando derrota a los Griegos, la quiere para él y por eso va tras Anya, la nueva portadora, pero no la puede matar para conseguirla, así que se lo pide a Lucien.